Quien haya esperado más de cinco minutos un ascensor en hora punta sabe que no hay nada más frustrante que mirar cómo se cierran las puertas… y ver que está lleno. Ahora imagina ese escenario multiplicado por cuarenta pisos. Aquí surge la pregunta clave para arquitectos, constructores y expertos: ¿cuántos elevadores necesita un edificio alto para que funcione bien, sin colapsar ni desesperar a sus usuarios?
No es cuestión de altura, sino de flujo
La cantidad de elevadores en un edificio alto no depende solo del número de pisos. Los expertos aseguran que lo determinante es el flujo de personas: ¿cuántos ocupantes tiene el edificio?, ¿cómo se distribuyen durante el día?, ¿hay horarios de alta demanda, como en oficinas o residencias? Un edificio corporativo de 30 pisos puede requerir más elevadores que uno residencial de 50 si concentra a cientos de personas entrando y saliendo a las mismas horas.
Dividir para conquistar: zonas y grupos
Una estrategia habitual en los rascacielos modernos es dividir los elevadores por zonas. Algunos atienden solo del piso 1 al 15, otros del 16 al 30, y así sucesivamente. Esto no solo reduce el tiempo de espera, sino que evita viajes innecesarios. A veces incluso se suman ascensores “express” que van directo a pisos superiores, igual que un tren rápido que no para en todas las estaciones.
El papel de la tecnología
La tecnología ha transformado la forma de calcular y optimizar la cantidad de elevadores en edificios altos. Los sistemas inteligentes de control detectan patrones de uso, priorizan destinos y agrupan pasajeros que van a pisos similares. De esta manera, se reduce la espera, se evita el desperdicio energético y se mejora la experiencia general. En edificios recientes, ya no es raro ver paneles en el lobby que asignan un ascensor específico al pasajero según el piso que elija, antes incluso de subir.
Más que un número, una experiencia
No se trata solo de cuántos elevadores hay, sino de cómo funcionan juntos. Un edificio alto bien diseñado prioriza la comodidad y la eficiencia, logrando que los residentes y visitantes apenas noten que comparten el espacio con cientos o miles de personas. Y es que, al final, el verdadero reto no es alcanzar
el cielo, sino asegurarse de que todos puedan hacerlo de manera fluida, segura y sin perder la paciencia en el intento.
